Vaticano, (ACI/EWTN Noticias) . - En su Audiencia General de este miércoles, el
Papa Francisco reflexionó sobre la pasión del Señor y afirmó que “la
resurrección de Jesús no es el final feliz de un cuento de hadas, no es un
final feliz de una película, sino que es la intervención de Dios Padre, allí
donde está desecha la esperanza humana”.
Ante los miles de fieles
presentes en la Plaza de San Pedro, el Papa indicó que aunque los hombres
esperan que Dios en su omnipotencia derrote la injusticia, el mal, el pecado y
el sufrimiento con una victoria divina triunfante, Él “muestra una victoria
humilde que humanamente parece un fracaso”, pues la pasión y muerte de Jesús es
un camino “que no corresponde a los criterios humanos”.
A continuación el texto completo
de la catequesis de este miércoles gracias a Radio Vaticano:
"El camino de la humillación
de Cristo"
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
Hoy, en medio de la Semana Santa,
la liturgia nos presenta aquel episodio triste, la historia de la traición de
Judas, que va ante los jefes del Sanedrín para regatear y entregarles a su
Maestro. ¿Cuánto me dan si yo se los entrego? Y Jesús, desde aquel momento
tiene un precio. Este acto dramático marca el inicio de la Pasión de Cristo, un
doloroso camino que Él elige con libertad absoluta. Y lo dice claramente Él
mismo: "yo doy mi vida …Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo.
Tengo el poder de darla y de retomarla". Y así, comienza ese camino de la
humillación, de la expoliación, con esta traición. Jesús, como si estuviera en
el mercado: "esto cuesta 30 denarios" y Jesús recorre este camino de
humillación y de la expoliación hasta el final.
Jesús alcanza la humillación
completa con la "muerte en cruz". Se trata de la peor de las muertes,
destinada a los esclavos y a los delincuentes. Jesús era considerado un
profeta, pero muere como un delincuente. Observando a Jesús en su pasión, vemos
como en un espejo, también los sufrimientos de toda la humanidad y encontramos
la respuesta divina al misterio del mal, del dolor, de la muerte. Y muchas
veces sentimos horror ante el mal y el dolor que nos rodea y nos preguntamos:
"¿Por qué Dios permite esto?”. Es una herida profunda para nosotros ver el
sufrimiento y la muerte, ¡sobre todo la de los inocentes! Cuando vemos sufrir a
los niños es una herida en el corazón, es el misterio del mal y Jesús toma todo
este mal, todo este sufrimiento sobre sí mismo.
Esta semana nos hará bien a todos
nosotros mirar el Crucifijo, besar las llagas de Jesús, besarlas en el
Crucifijo. Él ha tomado sobre Él todo el sufrimiento humano, se ha “vestido” de
ese sufrimiento.
Nosotros esperamos que Dios en su
omnipotencia derrote la injusticia, el mal, el pecado y el sufrimiento con una
triunfante victoria. Dios nos muestra, en cambio, una humilde victoria que
humanamente parece un fracaso. Y podemos decir, Dios vence en la derrota
precisamente. El Hijo de Dios, de hecho, aparece en la cruz como un hombre
derrotado: sufre, es traicionado, insultado y finalmente muere. Jesús permite
que el mal se ensañe con Él y lo toma sobre sí para vencerlo. Su pasión no es
un accidente; su muerte - aquella muerte - estaba "escrita". De verdad,
no tenemos tanta explicación, es un misterio desconcertante, el misterio de la
gran humildad de Dios: “Dios - en efecto - amó tanto al mundo, que entregó a su
Hijo único”.
La pasión y la muerte de Jesús y
las frustraciones de tantas esperanzas humanas son el camino real a través del
cual Dios obra nuestra salvación. Un camino que no corresponde a los criterios
humanos, es más, los abate. En sus heridas somos curados.
Esta semana, pensemos tanto en el
dolor de Jesús, y digámonos a nosotros mismos: “¡y ésto es por mí!” Aunque yo
hubiera sido la única persona en el mundo, Él lo habría hecho. ¡Lo ha hecho por
mí! Y besemos el Crucifijo y digamos: “por mí, gracias Jesús, por mí”.
Y cuando todo parece perdido,
cuando no queda ninguno porque herirán "al pastor, y se dispersarán las
ovejas del rebaño", es entonces cuando Dios interviene con el poder de la
resurrección. La resurrección de Jesús no es el final feliz de un cuento de
hadas, no es un final feliz de una película, sino que es la intervención de
Dios Padre, allí donde está desecha la esperanza humana. En el momento en el
cual todo parece perdido, en el momento del dolor en el cual tantas personas
sienten la necesidad de bajar de la cruz, es el momento más cercano a la
resurrección. La noche se hace más oscura justamente antes de que empiece la
mañana, antes que comience la luz. En el momento más oscuro interviene Dios y
resucita.
Jesús, quien optó seguir por este
camino, nos llama a seguirlo en su propio camino de humillación. Cuando en
ciertos momentos de la vida no encontramos vía de escape a nuestras
dificultades, cuando precipitamos en la oscuridad más densa, es el momento de
nuestra humillación y expoliación total, es el tiempo en el que experimentamos
que somos débiles y pecadores, es entonces, en aquel momento, que no debemos
enmascarar nuestro fracaso, sino abrirnos confiadamente a la esperanza en Dios,
como hizo Jesús.
Queridos hermanos y hermanas,
esta semana nos hará bien tomar el Crucifijo en la mano y besarlo tantas veces,
y decir: “gracias Jesús, gracias Señor”. Así sea.
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